Raquel Blasco y Marc Santamaría son como un huracán. Nos cuentan su historia con fuerza, garra y ganas y nos transmiten la pasión y la euforia con la que viven su profesión y su vida, que al final son lo mismo.
Casa Xica es su casa, en el barrio de Poble-Sec de Barcelona, donde desde su minúscula cocina sirven maravillosos platos asiáticos con esencia catalana y con mucho, mucho rock and roll.
¿Cómo empezó vuestra aventura gastronómica y vital juntos?
(Marc) Éramos compañeros de cole (risas). Estudiamos juntos el superior de cocina en Barcelona y al terminar nos fuimos a Londres y estuvimos allí casi dos años.
Entonces nos llamaron desde China: buscaban a una pareja de cocineros, un jefe de cocina y un segundo que se quisiera ir a la aventura a montar restaurantes españoles allí.
(Raquel) Estábamos viviendo en Londres pero no teníamos ningún plan concreto, queríamos ir a San Francisco por su microgastronomía y de allí saltar a Japón. Esa era nuestra idea.
Cuando nos hicieron la propuesta de ir a China pensamos: ¿por qué no? Y nos fuimos, sin haber ido nunca a China, sin tener ni idea del país ni de su cultura. Teníamos una idea muy distorsionada de dónde íbamos y cuando llegamos a Shanghái alucinamos.
Imaginamos que tenéis muchas anécdotas… ¿alguna que queráis compartir?
(M.) En total estuvimos en China 3 años, tenemos millones de anécdotas.
(R.) El primer día allí, nada más aterrizar, llegamos al restaurante, entramos en la sala y había un equipo de personas mirándonos. Lo primero que nos dijo nuestro jefe es que les pusiéramos nombre a los trabajadores. Nosotros no entendíamos nada y nuestro jefe insistió en que ellos estaban encantados de que les pusiéramos un nombre occidental.
¿Qué es lo que más os sorprendió de la gastronomía china?
(R.) A nivel gastronómico es de los sitios donde mejor he comido jamás y por precios ridículos. Amantes del street food, el street food es China. Vas paseando, piensas “qué pasa aquí”, olores, una señora saca una silla y tres woks y alucinas.
Se come espectacular.
(M.) El primer día de trabajo nos dijeron que para comer nos cocináramos lo que quisiéramos pero nos dimos cuenta de que los trabajadores chinos comían algo que no conocíamos y que tenía muy mala pinta pero olía increíble.
Al principio nos resistimos pero luego empezamos a comer con ellos y fueron ellos quienes nos enseñaron a cocinar. Cómo usan las especias, cómo cocinan…
Además siempre que podíamos comíamos en la calle. Aprendimos a cocinar en China gracias al personal y a la comida de la calle. Nuestro interés fue siempre meternos al lío, durara lo que durara la aventura.
Obviamente hubo un antes y un después de vuestro paso por China.
(R.) A parte de comer con ellos y disfrutar mucho del street food, como cocineros hicimos un clic.
Nuestra despensa empezó a tener ingredientes que antes de estar en China ni siquiera usábamos y que ya nos parecían básicos, para nosotros ya formaban parte del día a día.
¿Cómo definís vuestra cocina ahora?
(R.) Llega un momento en el que se puede decir que hacemos fusión. Si hay que catalogar de alguna manera a la cocina de Casa Xica se podría decir que hacemos cocina catalanoasiática, que es como nos han bautizado.
Es cierto que es la cocina de Marc y Raquel, lo que más nos gusta mezclado con lo que hemos aprendido. Hay técnicas y sabores que tenemos que vienen de Indonesia, muchas otras son latinas… lo mezclamos todo.
Es una cocina muy viajera. Fricandó en la vena pero con curry thai.
¿Casa Xica nació cuando regresasteis de China?
(M.) Justo cuando volvimos, no. Al volver de China y antes de abrir Casa Xica estuvimos un tiempo trabajando en un restaurante en la calle Enric Granados, pero no Enric Granados humo, sino Enric Granados chicha.
Lo hicimos porque hacía mucho tiempo que no estábamos en Barcelona y no teníamos contacto con proveedores. No podíamos arriesgarnos a abrir de golpe un proyecto.
(R.) Abrimos Casa Xica y el día anterior no sabíamos qué íbamos a cocinar, teníamos tal follón en la cabeza…
No había una carta hecha, compramos producto y nos liamos a cocinar ese día.
El equipo de diseñadores, los que hicieron nuestra X roja nos preguntó: “¿pero qué vais a hacer?” Y nosotros no lo sabíamos, les dijimos que ya veríamos qué nos nacía, qué nos venía…
Entonces siempre habéis trabajado juntos. ¿Cómo lo lleváis?
(R.) No sabemos hacerlo de otra manera, discutimos más cuando estamos separados que cuando estamos juntos. Entendemos más cómo vamos de cargados si estamos en el mismo proyecto, vamos a ciegas porque tenemos total confianza. Yo soy tú y tú eres yo.
(M.) La mayoría lo llevamos juntos pero en partes muy diferenciadas. Raquel ha sido cocina siempre, pero es la directora general de la orquesta.
¿La maternidad y paternidad ha hecho cambios en vuestra vida profesional?
(R.) Cuando estábamos los dos juntos en cocina iba perfecto pero también queríamos tener familia. Yo me sacrifiqué porque quería ser madre y quise llevar la batuta de la crianza de mis hijos, no quería dejárselos a terceros.
Ya había vivido mi época de hacer temporada en la Costa Brava, de estar en una parrilla vasca… ya había tocado todo lo que necesitaba tocar en cocina. Pero hay una parte de mí que lo que más le gusta no es solo la cocina sino la restauración en general y todo lo que conlleva: desde la música que pones, las plantas, el albarán que hay que mandar… todo ese cómputo que hace que el proyecto siga mejor y esa parte sí la puedo compatibilizar bien junto a la crianza de nuestros hijos.
¿Qué aprendizajes sacasteis de la experiencia en vuestro restaurante Final Feliç?, ¿con qué os quedáis de ese proyecto?
(R.) Final Feliç acabó mal pero tuvo un final feliz. Abrimos con muchas ganas pero quizá con un poco de falta de humildad, si somos sinceros. Ha sido una cura de humildad.
(M.) Casa Xica lo reventó durante dos años, no nos cabía la gente, éramos rockstars.
Con Final Feliz nos vinimos arriba y luego la vida nos puso en nuestro lugar. Quien demasiado abarca, se pega la leche.
Todos los proyectos que nos ofrecen ahora los miramos con lupa. Somos entusiastas pero ya no es como antes.
Apostáis 100% por el vino natural. ¿De dónde os viene esa pasión?
(M.) Hace 15 años que bebemos vino natural siempre.
Fue gracias al restaurante Piratas, que estaba en el Fort Pienc, al lado del Auditori. Un local pequeñísimo, más pequeño que Casa Xica.
Cuando ibas allí siempre te encontrabas a Carme Ruscalleda, Artur Mas… y el 30% de su restaurante era una cava de vinos.
Nuestro amigo Xavi trabajaba allí y como Cuvée estaba al lado se puso con el vino natural a muerte.
(R.) Siempre que salíamos de currar íbamos al Piratas, a puerta cerrada, y nos daban queso y vino natural.
Tuvimos claro que Casa Xica tenía que tener algo del alma del Piratas: no tener carta de vinos, que el vino fuera natural… Somos escuela Piratas.
¿Qué es lo que os emociona del vino natural?
(M.) En el Piratas entendimos que el vino natural es vino, lo raro es lo otro. Uva fermentada, prensada y embotellada, ya está.
Y sienta mucho mejor, para el cuerpo y el alma.
(R.) Empiezas a conocer a agricultores, artesanos y artistas del vino natural y te das cuenta de que hay un respeto tan noble por sus viñas, por el territorio, por el clima, por lo que pasa en sus campos, por lo que pasa en esa botella… que es magia.
Somos de intervención mínima y de respeto por el territorio, que el planeta nos lo pide así. Además hace 3.000 años ya se hacía así, no es nada nuevo.
¿Qué proyectos tenéis entre manos en estos momentos, además de Casa Xica?
(M.) Tenemos un catering que se llama Càtering Rock and Roll que es para shootings, de sets de rodaje. Todo sale de la cocina de Casa Xica, nuestro horno es inmortal.
(R.) Estamos haciendo varias asesorías, también en Madrid. Y este verano hemos estado con un nuevo proyecto junto a Eat Street que se llama Farm to Table, del Camp a la Taula. Es un proyecto efímero culinario que estuvo en los jardines del Grec y con el que también hacemos eventos, caterings, pop ups y ya veremos si algún día conseguimos que tenga su pequeño espacio.
No paráis…
(M.) Raquel además se ha metido en politiqueo (risas).
(R.) Soy copresidenta de l’Associació de Restauradors del Poble-sec que se llama Menja’t Montjuïc. Nos dedicamos a la difusión de cultura y gastronomía del barrio de Poble-sec y estamos dando mucha caña.
Nuestros proyectos están ligados a museos y espacios culturales del barrio y con ellos
le damos ilusión a nuestros restauradores, les damos rock and roll. Hacemos que se sientan vivos, quieran investigar… que tengan un discurso y también contenido para redes sociales.
Entonces estáis muy comprometidos con vuestro barrio, el Poble-Sec.
(R.) Yo necesito estar comprometida, hacer cosas que luego repercutirán en el barrio, que harán que el lugar donde está mi restaurante y donde crío a mis hijos sea un lugar mejor. Necesito pensar que en esta vida no todo es comercial.
La asociación de Menja’t Montjuïc nació cuando estábamos en pandemia, todos encerrados y muchos hosteleros estábamos perdidos. Entonces detectamos que como barrio no estábamos unidos ni organizados y que no éramos interlocutores válidos si no éramos una asociación, así que nos organizamos para serlo. Este año hemos ganado más de 20.000 € para invertir en el Poble-Sec y en nuestros restauradores, para hacer que las cosas estén mejor.
¿Y os queda tiempo libre para tener aficiones?
(R.) Yo hago mucho yoga, es como mi religión, como terapia mental, sino no podría estar bien. Meditar y el yoga son imprescindibles en mi vida. Y tiempo para ocio también tenemos. No os penséis que estamos todo el día currando, estamos mucho de cachondeo también, nos lo pasamos teta.
(M.) Mis aficiones son comer y beber, que es lo que más me gusta. Entrenar con mi entrenador personal también entraría en la lista.
¿Cuál es vuestro local favorito para ir a comer en Barcelona?
(M.) Dos Pebrots, soy fan a otro nivel. Me encanta la finura con la que trabajan y te diviertes y te sorprenden…
(R.) Para comer Dos Pebrots y para cenar Dos Palillos. Si alguien de fuera nos pregunta dónde comer en Barcelona no lo dudamos.
Para terminar, ¿qué es lo que más disfrutáis?. ¿Y lo que más os llena?
(M.) Con lo que más disfruto es con los niños.
En el trabajo, con seguir haciendo cosas nuevas y constatar que me sigue gustando.
(R.) Lo que más me llena a mí es algo tan sencillo como cuando me dicen: “Ostras, no os conocía pero qué bien me lo he pasado, ¡cómo he tardado tanto en conoceros!” o “Hacía tiempo que no venía pero me sigue encantando lo que hacéis”.
También que el equipo esté contento y se anime y diga: “estás como una cabra, pero venga va, pa’lante”.
Casa Xica
C/ França Xica 20, Barcelona